“La cultura puede ser experimento y
reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía y una revisión crítica constante
y profunda de todas las certidumbres, convicciones, teorías y creencias”
Mario Vargas Llosa
La
cultura, es un concepto que a través de la historia, ha estado en varios
laberintos de sentidos, en manos de filósofos, sociólogos, escritores, entre
otros muchos personajes alrededor del mundo. Se ha convertido en una cultura
extraviada en sus definiciones. No es univoca puesto que no tiene una sola
definición sino que se basa en las diferentes nociones que históricamente el
hombre le ha dado.
Es
un término usado en la cotidianidad de los noticieros, discursos políticos
y de diferentes escenarios sociales. Lo
comprende todo dependiendo del contexto y del uso que se le dé al término. Lo
escuchamos en todo momento: cultura Metro, cultura europea, cultura empresarial,
cultura económica, cultura de Medellín,
cultura indígena, entre muchas otras.
Durante
el recorrido por el conocimiento de las ciencias humanas he leído varios
autores que definen y le dan sentido al concepto de cultura. En este ensayo,
sin embargo, no me detendré a exponer cada una de ellas. Basada en la “Civilización
del espectáculo” del escritor peruano Mario Vargas Llosa me enfocaré en la
frivolización del periodismo y de los
medios en general, lo que involucra la forma de ver el mundo, los imaginarios
colectivos actuales de la sociedad y la transformación de la manera de ver e interpretar el mundo.
Me
permito iniciar con una pregunta que se hace el autor: “¿De qué manera ha
influido el periodismo en la civilización del espectáculo y ésta en aquél?”
El
periodismo es sin duda un oficio que influye en la sociedad, y que además de
informar, modela visiones de la realidad, crea imaginarios colectivos y
configura formas de ser y de estar en el mundo. Es un
ingrediente crucial en el mundo contemporáneo, abarca todos los aspectos de la
vida humana, la política, la cultura, el deporte, la sociedad en general.
No
es gratuito que éste cada vez se dirija a entretener y divertir. William
Randolph Hearst, periodista dignatario de la prensa estadounidense y Joseph
Pulitzer, editor estadounidense, originaron y promovieron la llamada prensa
amarilla que alude a la prensa sensacionalista, esta introduce encabezados desastrosos,
información polémica para producir
emoción e impresión y llamar la atención; consiguiendo darle mucha relevancia a
hechos que no la ameritan. En la actualidad los periódicos amarillistas no buscan comunicar algo
particular, sino mostrar aquellos detalles que rodearon los hechos, detalles que, en muchas ocasiones, pertenecen a la intimidad
de los protagonistas de la noticia.
Nos
cambiaron el chip, lo que antes era,
ya no es, lo que antes significaban las cosas, ya cambió. Esa frivolización de
muchos aspectos de la vida en general, como lo afirma Llosa, reside en “tener
una tabla de valores invertida o desequilibrada en la que la forma importa más
que el contenido, la apariencia más que la esencia y en la que el gesto y el
desplante – la representación- hacen las veces de sentimientos e ideas”.
El
periodismo dejó de ser informativo y pasó a ser
poco neutral e imparcial. Precisamente, dando
lugar a los rumores, pues lo polémico es siempre noticia, y constantemente generará gran impacto en aquellos que buscan en lo
amarillista entretenimiento a toda costa. Esa frontera que separaba el periodismo
serio del sensacionalista cada vez es menos clara, el objetivo ya no es informar sino entretener, es tan poca la
brecha que es difícil reconocer uno del otro en los medios de comunicación. Las
prioridades por ende, van cambiando “las noticias pasan a ser importantes o
secundarias sobre todo, y a veces exclusivamente, no tanto por su significación
económica, política, cultural y social como por su carácter novedoso,
sorprendente, insólito, escandaloso y espectacular” (Llosa, 2012: 54).
Los periódicos, por ejemplo, presentan crisis ¿por qué?, porque
como lo dice Tomas Eloy Martínez “un diario entero está concebido en forma de
píldoras informativas es no sólo aceptable sino también admirable, porque pone
en juego, desde el principio al fin, un valor muy claro: es un diario hecho
para lectores de paso, para gente que no tiene tiempo de ver siquiera la
televisión”.
Podríamos decir que la prensa también se ha vuelto una cuestión ligera
como muchos aspectos de las formas de vida actual: el sexo, la privacidad, la
política, la trascendencia, el papel del literato, la literatura, la cultura,
el arte, las maneras de vivir y pensar.
Encontrar historias en los periódicos que llamen la atención, que
conmuevan a las personas o que simplemente se quieran leer porque se presencia
el acontecimiento, es lo que interesa. Es lo que verdaderamente enriquece la
lectura y la hace interesante.
Un arte que quizás dejó de
serlo
Escribir es un arte, que si bien, expresa los sentimientos de
quien escribe para transmitir lo pensado, lo ocurrido o lo observado al lector.
En este punto me gustaría citar el discurso: “Elogio de la lectura
y la ficción” de Mario
Vargas Llosa al recibir el Premio Nobel de Literatura el 7 de diciembre de
2010:
“Aprendí a leer a los cinco
años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en
Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida.
Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las
palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras
del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil
leguas de viaje submarino, luchar junto
a d’ Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la
Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de
París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.
La lectura convertía el sueño en vida y
la vida en sueño y ponía al alcance del
pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me
contó que las primeras cosas que escribí
fueron continuaciones de las historias que leía pues me apenaba que se terminaran o quería
enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando
en el tiempo, mientras crecía, maduraba
y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras”.
La
escritura como la lectura enriquecen al ser, en ambas es posible plantear
hallazgos estéticos, que se mantengan por su beldad y su capacidad de despertar sensaciones de espiritualidad, de
amor, de desencanto, de cuestionamiento, de
curiosidad, de gran agudeza.
Sin embargo, ese cambio de chip de lo serio a lo light ha transformado las formas de
vivir, de pensar y hasta de ser de la sociedad actual. La escritura como la
lectura ha pasado a ser algo culto a algo banal. Miles de libros, series
televisivas, novelas, realities shows salen a diario con el objetivo de
entretener y de justificar las acciones absurdas de las nuevas generaciones.
La perdida de privacidad y del erotismo, ha dejado claro que ya ni
la vida privada se salva, no voy a decir que toda la culpa es de los medios de
comunicación de masas, pero sí que estos han influido mucho en estas pérdidas,
puesto que como lo dije antes se justifican comportamientos y maneras de vivir ilógicas, o que quizás en este tiempo ya no
son incoherentes ni impensables. Antes bien, son admisibles y completamente
normales.
Los chismes de los famosos por ejemplo, que vemos casi todos los
días en los periódicos, en los noticieros y en internet; la publicación de cada
segundo de la vida privada en las redes sociales; lo ligero que puede ser el
sexo en las novelas (la pornografía legal, como lo llamo a esta situación); los
realities shows que muestran amores de la noche a la mañana, amores pasajeros…
Como lo afirma Llosa “el erotismo ha desaparecido, al mismo tiempo
que la crítica y la alta cultura. ¿Por qué? Porque el erotismo, que convierte
el acto sexual en obra de arte, en un ritual al que la literatura, las artes
plásticas, la música y una refinada sensibilidad impregna de imágenes de
elevado virtuosismo estético, es la negación misma de ese sexo fácil,
expeditivo y promiscuo en el que paradójicamente ha desembocado la libertad
conquistada por las nuevas generaciones”.
La civilización del espectáculo deja así, casi sin opciones la
cultura en sus definiciones, la convierte en algo efímero, leve y sin un
sentido profundo. El arte, la literatura, la política, el sexo, la
trascendencia entonces solo representan para el mundo algo superficial y
cotidiano. La alta cultura se ha perdido y se ha vuelto a una cultura no de las
élites sino de las masas, ya todos creemos saberlo todo sin mayor esfuerzo.
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