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miércoles, 27 de marzo de 2013

La cultura extraviada



“La cultura puede ser experimento y reflexión, pensamiento y sueño, pasión y poesía y una revisión crítica constante y profunda de todas las certidumbres, convicciones, teorías y creencias”
Mario Vargas Llosa

La cultura, es un concepto que a través de la historia, ha estado en varios laberintos de sentidos, en manos de filósofos, sociólogos, escritores, entre otros muchos personajes alrededor del mundo. Se ha convertido en una cultura extraviada en sus definiciones. No es univoca puesto que no tiene una sola definición sino que se basa en las diferentes nociones que históricamente el hombre le ha dado.

Es un término usado en la cotidianidad de los noticieros, discursos políticos y  de diferentes escenarios sociales. Lo comprende todo dependiendo del contexto y del uso que se le dé al término. Lo escuchamos en todo momento: cultura Metro, cultura europea, cultura empresarial, cultura económica,  cultura de Medellín, cultura indígena,  entre muchas otras.

Durante el recorrido por el conocimiento de las ciencias humanas he leído varios autores que definen y le dan sentido al concepto de cultura. En este ensayo, sin embargo, no me detendré a exponer cada una de ellas. Basada en la “Civilización del espectáculo” del escritor peruano Mario Vargas Llosa me enfocaré en la frivolización del periodismo y de  los medios en general, lo que involucra la forma de ver el mundo, los imaginarios colectivos actuales de la sociedad y la transformación de la manera de ver  e interpretar el mundo.

Me permito iniciar con una pregunta que se hace el autor: “¿De qué manera ha influido el periodismo en la civilización del espectáculo y ésta en aquél?”

El periodismo es sin duda un oficio que influye en la sociedad, y que además de informar, modela visiones de la realidad, crea imaginarios colectivos y configura formas de ser y de estar en el mundo. Es un ingrediente crucial en el mundo contemporáneo, abarca todos los aspectos de la vida humana, la política, la cultura, el deporte, la sociedad en general.

No es gratuito que éste cada vez se dirija a entretener y divertir. William Randolph Hearst, periodista dignatario de la prensa estadounidense y Joseph Pulitzer, editor estadounidense, originaron y promovieron la llamada prensa amarilla que alude a la prensa sensacionalista, esta introduce encabezados desastrosos, información polémica  para producir emoción e impresión y llamar la atención; consiguiendo darle mucha relevancia a hechos que no la ameritan. En la actualidad los periódicos amarillistas no buscan comunicar algo particular, sino mostrar aquellos detalles que rodearon los hechos, detalles que, en muchas ocasiones, pertenecen a la intimidad de los protagonistas de la noticia.

Nos cambiaron el chip, lo que antes era, ya no es, lo que antes significaban las cosas, ya cambió. Esa frivolización de muchos aspectos de la vida en general, como lo afirma Llosa, reside en “tener una tabla de valores invertida o desequilibrada en la que la forma importa más que el contenido, la apariencia más que la esencia y en la que el gesto y el desplante – la representación- hacen las veces de sentimientos e ideas”.

El periodismo dejó de ser informativo y pasó a ser poco neutral e imparcial. Precisamente, dando lugar a los rumores, pues lo polémico es siempre noticia, y constantemente generará gran impacto en aquellos que buscan en lo amarillista entretenimiento a toda costa. Esa frontera que separaba el periodismo serio del sensacionalista cada vez es menos clara, el objetivo ya no  es informar sino entretener, es tan poca la brecha que es difícil reconocer uno del otro en los medios de comunicación. Las prioridades por ende, van cambiando “las noticias pasan a ser importantes o secundarias sobre todo, y a veces exclusivamente, no tanto por su significación económica, política, cultural y social como por su carácter novedoso, sorprendente, insólito, escandaloso y espectacular” (Llosa, 2012: 54).

Los periódicos, por ejemplo, presentan crisis ¿por qué?, porque como lo dice Tomas Eloy Martínez “un diario entero está concebido en forma de píldoras informativas es no sólo aceptable sino también admirable, porque pone en juego, desde el principio al fin, un valor muy claro: es un diario hecho para lectores de paso, para gente que no tiene tiempo de ver siquiera la televisión”.

Podríamos decir que la prensa también se ha vuelto una cuestión ligera como muchos aspectos de las formas de vida actual: el sexo, la privacidad, la política, la trascendencia, el papel del literato, la literatura, la cultura, el arte, las maneras de vivir y pensar.

Encontrar historias en los periódicos que llamen la atención, que conmuevan a las personas o que simplemente se quieran leer porque se presencia el acontecimiento, es lo que interesa. Es lo que verdaderamente enriquece la lectura y la hace interesante.

Un arte que quizás dejó de serlo

Escribir es un arte, que si bien, expresa los sentimientos de quien escribe para transmitir lo pensado, lo ocurrido o lo observado al lector. En este punto me gustaría citar el discurso: “Elogio de la lectura y la ficción” de Mario Vargas Llosa al recibir el Premio Nobel de Literatura el 7 de diciembre de 2010:

“Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de la Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio y permitiéndome viajar con el capitán Nemo veinte mil leguas de  viaje submarino, luchar junto a d’ Artagnan, Athos, Portos y Aramís contra las intrigas que amenazan a la Reina en los tiempos del sinuoso Richelieu, o arrastrarme por las entrañas de París, convertido en Jean Valjean, con el cuerpo inerte de Marius a cuestas.

La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño y ponía al alcance del  pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura. Mi madre me contó que las  primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía pues me  apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he  pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando en el tiempo, mientras crecía,  maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de  aventuras”.

La escritura como la lectura enriquecen al ser, en ambas es posible plantear hallazgos estéticos, que se mantengan por su beldad y su capacidad de  despertar sensaciones de espiritualidad, de amor, de desencanto, de cuestionamiento, de curiosidad, de gran agudeza.  
Sin embargo, ese cambio de chip de lo serio a lo light ha transformado las formas de vivir, de pensar y hasta de ser de la sociedad actual. La escritura como la lectura ha pasado a ser algo culto a algo banal. Miles de libros, series televisivas, novelas, realities shows salen a diario con el objetivo de entretener y de justificar las acciones absurdas de las nuevas generaciones.

La perdida de privacidad y del erotismo, ha dejado claro que ya ni la vida privada se salva, no voy a decir que toda la culpa es de los medios de comunicación de masas, pero sí que estos han influido mucho en estas pérdidas, puesto que como lo dije antes se justifican comportamientos y  maneras de vivir  ilógicas, o que quizás en este tiempo ya no son incoherentes ni impensables. Antes bien, son admisibles y completamente normales.

Los chismes de los famosos por ejemplo, que vemos casi todos los días en los periódicos, en los noticieros y en internet; la publicación de cada segundo de la vida privada en las redes sociales; lo ligero que puede ser el sexo en las novelas (la pornografía legal, como lo llamo a esta situación); los realities shows que muestran amores de la noche a la mañana, amores pasajeros…

Como lo afirma Llosa “el erotismo ha desaparecido, al mismo tiempo que la crítica y la alta cultura. ¿Por qué? Porque el erotismo, que convierte el acto sexual en obra de arte, en un ritual al que la literatura, las artes plásticas, la música y una refinada sensibilidad impregna de imágenes de elevado virtuosismo estético, es la negación misma de ese sexo fácil, expeditivo y promiscuo en el que paradójicamente ha desembocado la libertad conquistada por las nuevas generaciones”.

La civilización del espectáculo deja así, casi sin opciones la cultura en sus definiciones, la convierte en algo efímero, leve y sin un sentido profundo. El arte, la literatura, la política, el sexo, la trascendencia entonces solo representan para el mundo algo superficial y cotidiano. La alta cultura se ha perdido y se ha vuelto a una cultura no de las élites sino de las masas, ya todos creemos saberlo todo sin mayor esfuerzo. 

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